El año que pasó dejó su estela de estancamiento. Los cambios
previstos en semestres culminaron en una profundización de una crisis que, si
se repite en el próximo, ya no tiene culpables ajenos a quienes endilgar.
En tal caso, quedaría, como el perro que se muerde la cola,
culpar a la prensa que se endulzó los oídos con juicios y presuntos delitos de
corrupción, y digo presuntos, porque hasta que no haya una condena firme
dictada por un juez natural, no son otra cosa.
Una prensa que todo este tiempo puso más énfasis en los
tribunales, más que en la pobreza creciente, la que a su vez genera todos los
otros males de la inseguridad, el narcotráfico, las muertes y una sensación en
la sociedad de que se está huérfano de alguien que vele por las familias de
buena voluntad.
A cada año que pasó pusimos el énfasis en el rol predictivo
que encabezaban los medios de comunicación. Hoy, ese rol está en discusión, y
los hombres de prensa, estamos en el banquillo.
La gente sabe de
antemano a qué huele el mensaje que transmite tal o cual periodista. Sabe su
enrolamiento político, y son predecibles sus discursos. Y cuando estos son puestos
de agoreros o voceros de interpretaciones de intereses políticos o económicos,
las redes sociales integradas por militantes del “periodistas somos todos”,
terminan destrozándolos en miles de twitts, hashtag y tendencias.
El poder multimedial queda rendido en estos días en miles de
redes tejidas en internet, y supone para el periodista tradicional un desafío
que no tenía antes. Saber qué es o no noticia.
Puestos en este desafío, queda el camino fácil del discurso
ya hecho por usinas de comunicación, que tratan de crear espacios y realidades
virtuales, lejanas de la realidad cruda de la inseguridad urbana, de la desazón
de los productores de economías regionales y de los despidos encubiertos de una
economía en crisis.
La batalla hoy se da allí. En las redes. Miles de perfiles
falsos, decenas de miles de cuentas anónimas y apócrifas, tendencias generadas
por oficinas destinadas a generar trolls tratando de dividir cada vez más la
opinión de los usuarios, desnudan a los periodistas de pautas publicitarias de
lo único que contaron como recurso de trabajo: con la necesidad de develar la
verdad, o con la pauta en la mano.
Ya no son los gurúes que pontificaron todo el año con
semestres de despegue, sino los consumidores reales quienes pondrán el límite.
El criterio para diferenciar estará dado no por esos gurúes, sino por el
ejercicio de la “mano propia” en todos los
ámbitos.
De los gobiernos se espera poco y mucho a la vez. El
hándicap en baja de la política habilita
a la plebe a tomar poder.
La pauta publicitaria del Estado será quizás por un tiempo
más, el modus de supervivencia de algunos, pero ya no el leit motiv que indujo
a la pauta: el alineamiento ideológico o de lealtades.
Cada mensaje de las usinas estatales, pasa hoy por el cedazo
de las redes.
Quedó demostrado en el último episodio en Goya, adonde mensajes
de wathsapp, videos y comentarios en las redes, generaron tal pandemónium, en
el que se enlodó el mismo gobierno correntino, que no pudo contra un muy buen
manejo de los mensajes de parte de los
santafesinos, que supieron a su vez, entrar a los medios nacionales,
destrozando cualquier buena intención correntina. De nada valió la prensa
adicta para revertir la tendencia negativa que rodó por el ciberespacio. Es
más, quedó develado quienes estaban parados en uno y en otro andarivel.
Será entonces un año distinto. A lo electoral habrá que
agregarle el buen manejo de las redes como estrategias de penetración de
mensajes. Quien gane la batalla en ellas, tendrá avanzado buena parte del
camino a las urnas.
Ya no será la pauta publicitaria estatal la única que mande
en los mensajes. No serán los periodistas de un hipotético mapa mediático político,
quienes decidan la inclinación de los votantes. Serán las redes.
¿Y las pautas?. Y sí, seguirán generándose. Pero muchos las
tendrán como recurso de vida, y algunos quizás, terminarán recordando a la
madre de quien parió esas pautas.
Fredy Miranda
Periodista