No es un slogan, no es
una frase hecha, es más no debería ni siquiera ser un título por su obviedad.
Es una realidad que obliga a toda la Humanidad a replantearse que, por ahora,
es necesario enamorarse de la cuarentena en sus diversas variantes, fases o
procesos. (Fredy Miranda)
La realidad a la que despertó el mundo entero
con la expansión de un virus desconocido que comenzó a propagarse mucho más
rápido que en toda su historia, llevado por los mismos humanos en su creciente
movilidad y facilitado en una sociedad cada vez más conectada, nos dejó inermes
y vulnerables.
El COVID-19 - SARS reafirmó valores, exhibió
disvalores, y puso sobre el tapete lo vulnerables que somos. Portadores seremos
casi todos, y en algún momento, tarde o temprano, lo llevaremos en nuestro ADN
y terminará impactando en su recorrido de organismo en organismo, a alguien más
débil que termine enfermando gravemente o muriendo.
No somos nosotros, es
el virus. Y contra
él con una hipotética vacuna algo se podrá hacer. Pero para eso hace falta
tiempo, tiempo que en la economía y el ritmo de la vida social que llevábamos
no tenemos.
Una vez dijo el Papa Francisco cuando aún era
el Padre Bergoglio SJ, que “el tiempo es superior al espacio”. Y
que por ello lo importante en la historia corta de la vida de una persona es
necesario poner en marcha procesos. El espacio no lo controlamos, el tiempo
menos. Y la única manera de convivir en ambos es así, con procesos.
El proceso al que nos volcó la naturaleza es a
su propio tiempo. No es el nuestro, es el tiempo y el espacio del coronavirus
que amenaza nuestra forma de vida aquilatada durante siglos y que hoy llegó a
su colapso.
Entendido así en este contexto, pensar la
sociedad ante-pandemia como que será la misma en el futuro, es falso. Ya no es
la misma y no lo será por un buen tiempo. El hecho que un virus indómito nos
haya atacado, y que lo podamos dominar en algún momento, no significa que no
aparezca otro, y otro, y otro. Y sin contar las mutaciones, o que la vacuna
nunca llegue, como pasa con el flagelo del HIV.
Por lo tanto, cuando se ven realidades de
grandes empresas que quiebran, negocios que se desmoronan, aerolíneas que se
desarman y una nueva realidad económica, es la pandemia laque va dejando su
huella en una sociedad que tenía hasta ahora una impronta.
Ahora, está a la vista que hay que acomodarse a
la nueva realidad. No sorprende entonces ver que muchos negocios deberán
cerrar, que se perderán muchos empleos, y que se readaptarán las condiciones
laborales y de subsistencia. Solamente aquellos que estén preparados para
afrontar los nuevos parámetros que la enfermedad y sus riesgos acarrean, podrán
avanzar, abriendo procesos de adaptación lo más rápido posible.
No es el virus que se
adaptó a nosotros tan rápidamente el que podrá ganarnos. Nosotros debemos
adaptarnos al virus y seguir su ritmo y tiempo.
De hecho, los espacios ya están fijados: el
aislamiento es el primero, el distanciamiento será la forma de acercarnos, y
los ritmos de tiempos de consumo que esto conlleva, determinarán lo que es
necesario, y serán las bases del intercambio comercial y de la producción y de
la vida humana misma.
Adaptarse es la consigna, porque los dados ya están
echados.
No pensemos que veranear como antes será igual,
que salir a la calle o a un lugar de esparcimiento también lo sea. Todo estará
marcado por las reglas sanitarias mientras tanto.
De hecho, se plantearon dos caminos: la anti cuarentena que propone seguir
el ritmo de antes y adaptarlo al virus, a sabiendas que el riesgo de contagios
es lo segundo, es decir, primero la economía y la supervivencia y luego, la
salud, o lo que es lo mismo: la vida o la muerte.
El otro,
el confinamiento temeroso, que hace caer en el “síndrome de la cabaña” o,
en la quietud a la espera de la ayuda externa.
Ni uno ni lo otro son adaptaciones inteligentes. El
virus de hecho lo es y mucho más que nosotros, producto de miles de años de
adaptación natural a la supervivencia en distintos organismos ancestrales.
La nueva realidad obliga a cambiar casi todo. A
cambiar el chip y buscar en la genética propia de nuestra adaptación a todos
los ámbitos para generar una nueva sociedad.
Deberán desaparecer los centros comerciales, las
clases masivas, las grandes concentraciones en el transporte, los recitales,
eventos deportivos, sociales o culturales, los espacios de comida públicos, y
todo aquello que implique lo que los humanos estábamos acostumbrados: la
masividad.
Sin individualismos ni gregarismos, es tiempo
de pensar una nueva sociedad, de proyectarse más allá de la cuarentena, para en
ella, aprender a vivir de nuevo.
Lo único organizado
que ha quedado en pie es el Estado, por eso más allá de quienes ocupan los gobiernos, hacia ellos están
dirigidos los reclamos de una u otra tendencia. Ni las empresas, ni los grupos
sociales, ni los intereses sectoriales, pueden dar respuesta a esta actualidad por
sí mismos, ni tampoco a lo que se viene.
Convivir con el virus significa eso: vivir con
él. Cuidarnos sí, doblegarnos no. Pero para ello será preciso adaptar todo de
nuevo. Rehacer todo, si es necesario. Barajar y dar de nuevo.
¿Otro Estado?, sí. ¿Otro orden?. Sí. ¿Otros
valores?, si.
Hasta ahora el Estado se debatía en existir o
no existir. El dualismo nos llevó a ideologismos banales que nos enfrentaron
por dos siglos al menos.
El orden impuesto de los que producen y los que
consumen, ahora deja al descubierto las desigualdades de que hay muchos que
producen y pocos los que pueden consumir en igualdad de condiciones.
Ya no se trata entonces de producir y consumir
solamente. Se trata de algo más que un ciclo transformador de la naturaleza,
sino de algo más trascendente al seguir sus tiempos y ritmos.
El confinamiento nos hizo consumidores de
alimentos y dejamos de lado vestimentas, vicios y supuestas comodidades como la
moda, el glamour u otras pseudo necesidades. De repente cocinar, acomodar la
ropa o plancharla se convirtió en un desafío a aprender para mucha gente acostumbrada
a que todo lo haga otro.
De repente, salir a mendigar una ayuda del Estado,
por parte de comerciantes, cuentapropistas o empresarios, los igualó en la
necesidad.
La nueva normalidad ya rompió los moldes.
De persistir en mantener los viejos solo hará
prolongar la agonía, y las sociedades que insistan en mantener los ritmos de
antaño, sólo sufrirán más.
Lo bueno es que el nuevo camino es ahora o
nunca.
Dependerá de todos comenzar a transitarlo.