viernes, 29 de mayo de 2020

El confinamiento llegó para quedarse


No es un slogan, no es una frase hecha, es más no debería ni siquiera ser un título por su obviedad. Es una realidad que obliga a toda la Humanidad a replantearse que, por ahora, es necesario enamorarse de la cuarentena en sus diversas variantes, fases o procesos. (Fredy Miranda)

La realidad a la que despertó el mundo entero con la expansión de un virus desconocido que comenzó a propagarse mucho más rápido que en toda su historia, llevado por los mismos humanos en su creciente movilidad y facilitado en una sociedad cada vez más conectada, nos dejó inermes y vulnerables.
El COVID-19 - SARS reafirmó valores, exhibió disvalores, y puso sobre el tapete lo vulnerables que somos. Portadores seremos casi todos, y en algún momento, tarde o temprano, lo llevaremos en nuestro ADN y terminará impactando en su recorrido de organismo en organismo, a alguien más débil que termine enfermando gravemente o muriendo.
No somos nosotros, es el virus. Y contra él con una hipotética vacuna algo se podrá hacer. Pero para eso hace falta tiempo, tiempo que en la economía y el ritmo de la vida social que llevábamos no tenemos.
Una vez dijo el Papa Francisco cuando aún era el Padre Bergoglio SJ, que “el tiempo es superior al espacio”. Y que por ello lo importante en la historia corta de la vida de una persona es necesario poner en marcha procesos. El espacio no lo controlamos, el tiempo menos. Y la única manera de convivir en ambos es así, con procesos.
El proceso al que nos volcó la naturaleza es a su propio tiempo. No es el nuestro, es el tiempo y el espacio del coronavirus que amenaza nuestra forma de vida aquilatada durante siglos y que hoy llegó a su colapso.
Entendido así en este contexto, pensar la sociedad ante-pandemia como que será la misma en el futuro, es falso. Ya no es la misma y no lo será por un buen tiempo. El hecho que un virus indómito nos haya atacado, y que lo podamos dominar en algún momento, no significa que no aparezca otro, y otro, y otro. Y sin contar las mutaciones, o que la vacuna nunca llegue, como pasa con el flagelo del HIV.
Por lo tanto, cuando se ven realidades de grandes empresas que quiebran, negocios que se desmoronan, aerolíneas que se desarman y una nueva realidad económica, es la pandemia laque va dejando su huella en una sociedad que tenía hasta ahora una impronta.
Ahora, está a la vista que hay que acomodarse a la nueva realidad. No sorprende entonces ver que muchos negocios deberán cerrar, que se perderán muchos empleos, y que se readaptarán las condiciones laborales y de subsistencia. Solamente aquellos que estén preparados para afrontar los nuevos parámetros que la enfermedad y sus riesgos acarrean, podrán avanzar, abriendo procesos de adaptación lo más rápido posible.
No es el virus que se adaptó a nosotros tan rápidamente el que podrá ganarnos. Nosotros debemos adaptarnos al virus y seguir su ritmo y tiempo.
De hecho, los espacios ya están fijados: el aislamiento es el primero, el distanciamiento será la forma de acercarnos, y los ritmos de tiempos de consumo que esto conlleva, determinarán lo que es necesario, y serán las bases del intercambio comercial y de la producción y de la vida humana misma.
Adaptarse es la consigna, porque los dados ya están echados.
No pensemos que veranear como antes será igual, que salir a la calle o a un lugar de esparcimiento también lo sea. Todo estará marcado por las reglas sanitarias mientras tanto.  
De hecho, se plantearon dos caminos: la anti cuarentena que propone seguir el ritmo de antes y adaptarlo al virus, a sabiendas que el riesgo de contagios es lo segundo, es decir, primero la economía y la supervivencia y luego, la salud, o lo que es lo mismo: la vida o la muerte.
El otro, el confinamiento temeroso, que hace caer en el “síndrome de la cabaña” o, en la quietud a la espera de la ayuda externa.
Ni uno ni lo otro son adaptaciones inteligentes. El virus de hecho lo es y mucho más que nosotros, producto de miles de años de adaptación natural a la supervivencia en distintos organismos ancestrales.
La nueva realidad obliga a cambiar casi todo. A cambiar el chip y buscar en la genética propia de nuestra adaptación a todos los ámbitos para generar una nueva sociedad.
Deberán desaparecer los centros comerciales, las clases masivas, las grandes concentraciones en el transporte, los recitales, eventos deportivos, sociales o culturales, los espacios de comida públicos, y todo aquello que implique lo que los humanos estábamos acostumbrados: la masividad.
Sin individualismos ni gregarismos, es tiempo de pensar una nueva sociedad, de proyectarse más allá de la cuarentena, para en ella, aprender a vivir de nuevo.
Lo único organizado que ha quedado en pie es el Estado, por eso más allá de quienes ocupan los gobiernos, hacia ellos están dirigidos los reclamos de una u otra tendencia. Ni las empresas, ni los grupos sociales, ni los intereses sectoriales, pueden dar respuesta a esta actualidad por sí mismos, ni tampoco a lo que se viene.
Convivir con el virus significa eso: vivir con él. Cuidarnos sí, doblegarnos no. Pero para ello será preciso adaptar todo de nuevo. Rehacer todo, si es necesario. Barajar y dar de nuevo.
¿Otro Estado?, sí. ¿Otro orden?. Sí. ¿Otros valores?, si.
Hasta ahora el Estado se debatía en existir o no existir. El dualismo nos llevó a ideologismos banales que nos enfrentaron por dos siglos al menos.
El orden impuesto de los que producen y los que consumen, ahora deja al descubierto las desigualdades de que hay muchos que producen y pocos los que pueden consumir en igualdad de condiciones.
Ya no se trata entonces de producir y consumir solamente. Se trata de algo más que un ciclo transformador de la naturaleza, sino de algo más trascendente al seguir sus tiempos y ritmos.
El confinamiento nos hizo consumidores de alimentos y dejamos de lado vestimentas, vicios y supuestas comodidades como la moda, el glamour u otras pseudo necesidades. De repente cocinar, acomodar la ropa o plancharla se convirtió en un desafío a aprender para mucha gente acostumbrada a que todo lo haga otro.
De repente, salir a mendigar una ayuda del Estado, por parte de comerciantes, cuentapropistas o empresarios, los igualó en la necesidad.
La nueva normalidad ya rompió los moldes.
De persistir en mantener los viejos solo hará prolongar la agonía, y las sociedades que insistan en mantener los ritmos de antaño, sólo sufrirán más.
Lo bueno es que el nuevo camino es ahora o nunca.
Dependerá de todos comenzar a transitarlo.

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