EL DESAFÍO
Los cambios que se necesitan: llamar a las
cosas por su nombre
“A El le gustaba llamar a las cosas por su
nombre”, cuenta el Apóstol Juan al hablar de su Maestro. “El principio de la
Sabiduría es llamar a las cosas por su nombre”, decía el Maestro Confucio.
En los inicios de un nuevo período de gestión
de gobiernos democráticos en Corrientes, y cuando la palabra Cambio es el
talismán con el que se manipula el lenguaje político, es preciso llamar a las
cosas por su nombre, como aquella respuesta de Confucio que respondía
a un novel príncipe de cómo debía hacer para erradicar la corrupción de su
país. La respuesta fue esa. Llamar a las cosas por su nombre. Nada más.
Llamar a las cosas por su nombre se hace imprescindible.
A la desidia, desidia, al latrocinio
robo, a la pereza pereza, al orgullo vanidad, y así, en infinidad de hechos, sin
medias tintas ni tapujos.
Pero también es hora de comenzar a cultivar la
imagen de humildad que ninguno ha tenido en la campaña. Sólo quienes ejercen el
Poder desde valores humanos, profundamente humanos, por sobre los sentidos
economicistas en boga, pueden construir creativamente una sociedad más humana
desde las estructuras del Estado. Si no hay sensibilidad en los gobernantes, si
no se destierra la euforia de haber ganado, sin haber demostrado que se gana
conquistando felicidades, no hay sueños posibles que se cumplan.
“Miren a los pobres” es el mandato papal de
Francisco para la Argentina. De nada serviría modernizar una ciudad, si no
cambiamos para bien la vida individual de cada correntino en los barrios periféricos,
adonde pulula la pobreza.
Deben saber que hay hambre, que hay miseria,
que hay carencias humanas sumamente necesarias cubrirlas en forma urgente y sin
clientelismos. Es necesario transformar culturalmente a una sociedad
acostumbrada a transgredir las reglas, porque nadie las controla o ejerce desde
quienes lo deben hacer.
Pequeñas y grandes acciones necesitan ser
contadas con su nombre. Desde el motociclista que transgrede un semáforo en
rojo, hasta el que se cuela en una fila del colectivo, son pequeñas acciones permitidas
y no controladas por quien debe hacerlo.
Desde arriba hacia abajo, y desde abajo hacia
arriba, sin barnices superficiales que dan los relatos mediáticos, sino absorbiendo
las críticas para capitalizarlas mejorando la realidad. Mucho ya hemos asistido
al marketing que busca mostrarnos una realidad aumentada que no existe. La
única realidad es la que surge de la visión cotidiana del hombre de calle,
aquel que la vive y la sufre a una sociedad con menos valores.
Soñar las grandes obras se torna necesario, sin
dudas, pero nada serviría si no se mejora en lo sustancial. Y lo sustancial
está en las cosas que tienen su propio nombre.
Pobreza, Miseria, Marginalidad, Muerte.
Palabras reales, cotidianas, vigentes, abrumadoras, sin necesidad de
eufemismos. Es eso lo que hay que transformar.
Se habla de una transformación cultural. Pues
allí está la cultura que hay que corregir y mejorar.
No habrá cambio posible sino se cambia por
dentro, lo repite al cansancio nuestra enseñanza de la cultura cristiana que
nos identifica. Evidentemente, no ha habido tal cambio porque los resultados
están a la vista: no se ha cambiado.
Será entonces el desafío del momento. Si se quiere
Cambiar, iniciemos ese cambio por donde corresponde: por las palabras. Aquellas
que cuentan la realidad por su nombre y sin apodos.
Los eufemismos, o la manera de no llamar a las cosas por
su nombre, son un fenómeno
lingüístico de plena actualidad porque las palabras son un arma cargada de
significado.
El peor error que como comunicadores podamos
ejercer, será el llenar la realidad de eufemismos. El Cambio tan pregonado, si se quiere que sea verdadero, deberá combatirlo sin miramientos, si no caeremos en aquel
viejo cuento de que todo cambie para que nada cambie.
Corrientes, 10 de Diciembre de 2017
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