sábado, 15 de octubre de 2016

EL MONEDERO DE MAMÄ


El día anterior al Día de la Madre de 1977, decidí que el regalo a mi mamá sería un monedero, Su viejo contenedor de billetes que atesoraba, de esos que se cierran con una presilla, ya estaba pasado de moda, y había aquilatado los pesos que supo recaudar cosiendo ropas, armando cigarros y haciendo alguno que otro cuidado, para juntar la plata con la que nos daba de comer, en el día a día que significaba vivir después de la muerte de nuestro padre.
Sola ante el mundo todo su tesoro eramos nosotros, mi hermano y yo, y ese monederito que era su vida y la nuestra.
Como en esos meses había cobrado esa pensión de mi padre que tardó cuatro años de interminables trámites en percibir, con un poco más de dinero y un poco más de regularidad en sus haberes, pensé: "que bueno sería que mamá pueda guardar en un monedero más grande y nuevo el dinero que ahora por derecho le correspondía". Y allá fui, a elegir el mejor y más grande, de esos que tienen muchas cavidades, con billetera y todo, y hasta un espejito de maquillaje.
Lo que yo no sabía, es que a los pocos meses se iría, y el desamparo vendría por otro lado.
Los monederos se perdieron en el tiempo. Quién sabe adónde fueron a parar,
Pero me quedó el recuerdo del tesoro que contenía aquel viejo y desgastado monedero, que yo un día de la Madre quise reemplazar, no sabiendo que el contenido era lo que más valor tenía, porque era fruto del esfuerzo y el trabajo desvelado de quien sabe cuántas preocupaciones, para darnos una educación y una base para seguir creciendo cuando ella ya no estuviese.
Por eso mamá, te regreso tu monedero, el viejito, el que quise cambiarte, porque ese fue el que me hizo lo que hoy soy.


Octubre de 2015

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