(Este artículo fue publicado en Noviembre de 2002. Fue un pantallazo de mi vivencia en Goya durante casi dos años. Valore el lector si algo ha variado).
Goya es una
ciudad que se ha caracterizado históricamente por brindarse a la Provincia como
un pueblo autosuficiente, distante de las vicisitudes del resto del territorio,
y lo que es más, con propia personalidad cultural distinta de la Capital, su
archi-rival urbano.
Pero esta
imagen que generaciones de goyanos trataron de transmitir y de auto imponerse
como una forma diferenciadora del resto, hoy, en un mundo globalizado, envuelto
en una crisis sin precedentes en todos los ámbitos: internacional, nacional,
provincial y local, hace resaltar con mas fuerza de que Goya es una ciudad mas
de tantas otras que, sumergidas en la pobreza de su población, solo tiene para
ofrecer alguna que otra ventaja comparativa, frente a sus pujantes vecinas,
tales como la otrora pequeña Santa Lucia, la turística Esquina o la industrial
Bella Vista.
Con alguna
que otra empresa industrial mas allá de la emblemática y cincuentenaria
Massalin, su población aparece hoy sumida en un alto porcentaje de
desocupación, un alto índice de indigencia y NBI, casos alarmantes de
desnutrición y mortalidad infantil, y una cada vez más creciente población
analfabeta o con pocas posibilidades de tener acceso a los beneficios de la
educación y la salud, ya no del trabajo que aparece como una quimera.
En ese nivel
de proyección de la pobreza estructural de gran parte de su potencial humano
económicamente activo, aparece un segmento social que dilapida los recursos,
ostenta los bienes, se pavonea con los apellidos, y conserva privilegios que ya
están en el olvido.
Esa actitud,
que reitero, se da en todas partes, aparece como una forma de querer mantener
una imagen diferente a la del resto de sus hermanas de la provincia,
convirtiendo al Goyano en un ser que quiere ser distinto, pero no lo es en
absoluto, salvo por querer conservar algo que ya no tiene: el garbo.
Se impone
entonces una autocrítica que parte de una inserción de Goya al mundo y del
mundo en Goya, la que se debe dar a través de los canales que hoy propone el
mundo, y de las ofertas que la ciudad puede dar y con las cuales atraer
capitales, visitantes y desarrollo.
Claro, que
hoy por hoy, la pobreza como factor de estancamiento, hay que convertirla
en factor de desarrollo, y la única
manera de lograrlo es insertar a los sectores mas desprotegidos en la
participación activa en proyectos de desarrollo comunitario y aceptarlos como
potenciadores de emprendimientos que atraigan a los de afuera.
Los sectores
intermedios de pleno desarrollo en la comunidad, tienen un lugar de
preponderancia, porque generan lideres, los ponen a la consideración publica, los interrelacionan con sus pares y
si están orientados con mentalidad expansionista, pueden atraer bondades hasta
hoy negadas debido a un absurdo chauvinismo de que Goya no necesita de nadie
para salir a flote, cuando en realidad nos estamos hundiendo con cualquier
lluvia o inundación.
Hoy mas que
nunca Goya es una ciudad que precisa de todo, empezando por una apertura de su
mercado interno, cerrado a las fronteras de la provincia mas que por una
protección de sí misma, que origino que sea una ciudad donde conseguir
diversidad de productos sea un imposible, y pocos monopolicen los que deben
entrar en la misma.
No se trata
tanto de cerrarse para que no se entre, sino de abrirse para salir con lo que se tiene. De esta manera,
Goya debe venderse, y en vez de un absurdo “Compre Goyano”, hablemos de un
“Vende Goyano”, a precios competitivos, y con una dinámica que permita sacar
todo lo que se pueda producir a un mercado regional ávido de productos locales.
Solamente
aquellos que salgan podrán visualizar que afuera hay un mundo, que es igual a
este, y que no hay que temerle, porque la identidad de un pueblo no se
fabrica a través de un simple nombre o
gentilicio, sino de una marca que se pueda vender, cuanto mas competitivamente,
mejor.
FREDY
MIRANDA
Periodista
Noviembre
2.002
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